anónimo
Quien sea que pintó de negro, naranja, verde oscuro y azul piedra, hace más de veinte años, la carátula de ese libro en portugués que hablaba de un caballo domesticado que no fue feliz hasta que volvió a vivir salvaje, y que mi padre me leyó, durante dos años, cada noche antes de dormir, nunca sabrá la profunda emoción y el extremo detalle con el que pude reproducir esa imagen mientras duró el instante que llamamos la antesala del sueño, protagonista de un misterioso recuerdo, como aquellos que cuelgan al principio de la línea del tiempo propio (si convenimos que es posible trazar del todo alguna línea en este universo).