regalo compartido
Hay algo en esto de acompañarnos que, sinceramente, me supera. Hay algo en esto de mirarte que alcanza una profundidad que desconocía. Hay algo en tu dulzura que trasciende cualquier sospecha de que lo perfectamente bello es inalcanzable, y lo vuelve perfectamente pleno. Contigo soy héroe y ladrón: heroína cuando coser la cabeza de tu cuncuna de peluche parece ser el evento más importante de la historia, y ladrón cuando te dejo en la puerta del colegio, y no en la de la sala, y con eso te robo un pedacito de tu infancia. Contigo soy improvisación y discernimiento: improviso cuando reconozco en tus muecas que algo te incomoda o te molesta, e intento discernir con sensatez a la hora de ofrecerte una solución o sólo decirte que estoy contigo cuando las mejores 'soluciones' no existen. Parte de tus penas son mis más trágicas tristezas; parte de tu alegría alcanza para que me sonría hasta el pelo. Parte de tu ingenuidad me ayuda a comprenderte y me hace echar pie atrás en mis prejuicios, mis temores, mis fantasmas y mis trampas; son todos inventos, diré después de verte. Pero eres tanto que, aunque quisiera, no alcanzo a contenerte.
Eres (y serás) la magia para la que no alcanzan las palabras; eres (y serás) la que me devuelve el alma al alma; eres (y serás siempre) la perfección de mi ser imperfecto, porque el amor que te tengo no puede resumirse en nada más. Eres un pedacito de mi agonía cuando siento que por ti vivo y muero un poco cada día. Eres siete años que me han hecho crecer a zancadas, en los que he debido aprender a cederte el lugar de la niña y a volver a ponerme en su lugar contigo. Eres por quien mi semblante se torna extremadamente intolerable y violento si debo protegerte de algo, y por quien mis manos se tornan en extremo suaves si te acaricio la frente a la hora de dormir. Eres la energía que me saca de mis problemas y sin cuestionarlo busco la fortaleza para enfrentar los tuyos; pones mi corazón sobre una balanza donde la razón pesa lo mismo que un grano de arena y la emoción más que la tierra misma.
Hay algo en esto de acompañarte que me recuerda la parte más íntima, ínfima e infame de mi limitada capacidad para ser "la mejor mamá del mundo"; y a su vez haces que, por pequeño que sea, lo que apenas resulta bien, sea digno con todas sus letras. Tus palabras son mi orgullo; tu inexplicable fortaleza, mi debilidad; tu descarada honestidad, mi espejo; tu alma, mi refugio más secreto; tu sensibilidad, mi mayor asombro: cuando la empatía te invoca, sin condiciones, a compartir esa alegría que tienes de vivir; cuando, sin peros, defiendes a toda costa tu concepto de justicia; cuando creas y compones instancias comprimidas de emociones intensas, esa misma intensidad que cuando escuchas la opereta del Quijote te deja al borde de las lágrimas. Eres, por donde lo mire, el mayor de mis desafíos. Y cómo no asumirlo con pasión y todo, cuando veo cómo pones sobre la mesa todo lo que tienes a tu alcance (preguntas, perseverancia, voluntad, cautela, templanza, inventiva, un genio de la puta madre) y te propones firmemente superar esos cambios de tu vida que no te han gustado nada; es como si supieras que crecer es una opción y no una obligación, y te dedicas por entero a encontrar ese lugar donde vuelvas a sentirte cómoda. Y si no lo encuentras, te lo inventas... con esa templanza que no sé de donde mierda sacas y ese corazón de algodón enorme que apenas me explico cómo puede ser que quepa en ese cuerpo enano que tienes, bicho de mi alma.
Ayer me hiciste un regalo que adoré; sobre todo, porque te imagino concentrada en el colegio modelando minuciosamente la greda; porque calculo la cantidad de veces que debiste decir contentísima en voz baja "que lindo que me está quedando esto!"; porque pienso en el cosquilleo nervioso de haber tenido que esperar y la impaciencia estoicamente oculta en tus ganas de entregármelo; porque vi cómo sonreían tus ojos (mientras a mi se me atoraba algo en la garganta) cuando decías tan clarito como el agua: "soy feliz con lo que tengo y soy feliz con lo que soy... soy feliz de que seas mi mami... ¿has tenido un lindo día?" y nadie al lado a quien decirle casi a los gritos "¡¿LA ESCUCHASTEEE?!!! mier-da!!", sin decidirme si a llorar o explotar de risa, y tu abrazo chiquitito y redondo terminó de hacer un amasijo de emociones con la bolita que sentí era mi persona en ese momento. Y es que eres tan intensa, bebé, que si sigues así no voy a llegar a vieja. Eres mi pendejita compleja y cabrona, que me desafía a ser menos compleja, menos pendeja y menos cabrona... y siempre termino por reírme al ver lo parecida que somos. Pero si hay algo por qué celebrar, es que tú seas quien eres y que yo sea contigo quien soy.
Así que, princesita de mi alma: feliz día para ambas, corazón.
Eres (y serás) la magia para la que no alcanzan las palabras; eres (y serás) la que me devuelve el alma al alma; eres (y serás siempre) la perfección de mi ser imperfecto, porque el amor que te tengo no puede resumirse en nada más. Eres un pedacito de mi agonía cuando siento que por ti vivo y muero un poco cada día. Eres siete años que me han hecho crecer a zancadas, en los que he debido aprender a cederte el lugar de la niña y a volver a ponerme en su lugar contigo. Eres por quien mi semblante se torna extremadamente intolerable y violento si debo protegerte de algo, y por quien mis manos se tornan en extremo suaves si te acaricio la frente a la hora de dormir. Eres la energía que me saca de mis problemas y sin cuestionarlo busco la fortaleza para enfrentar los tuyos; pones mi corazón sobre una balanza donde la razón pesa lo mismo que un grano de arena y la emoción más que la tierra misma.
Hay algo en esto de acompañarte que me recuerda la parte más íntima, ínfima e infame de mi limitada capacidad para ser "la mejor mamá del mundo"; y a su vez haces que, por pequeño que sea, lo que apenas resulta bien, sea digno con todas sus letras. Tus palabras son mi orgullo; tu inexplicable fortaleza, mi debilidad; tu descarada honestidad, mi espejo; tu alma, mi refugio más secreto; tu sensibilidad, mi mayor asombro: cuando la empatía te invoca, sin condiciones, a compartir esa alegría que tienes de vivir; cuando, sin peros, defiendes a toda costa tu concepto de justicia; cuando creas y compones instancias comprimidas de emociones intensas, esa misma intensidad que cuando escuchas la opereta del Quijote te deja al borde de las lágrimas. Eres, por donde lo mire, el mayor de mis desafíos. Y cómo no asumirlo con pasión y todo, cuando veo cómo pones sobre la mesa todo lo que tienes a tu alcance (preguntas, perseverancia, voluntad, cautela, templanza, inventiva, un genio de la puta madre) y te propones firmemente superar esos cambios de tu vida que no te han gustado nada; es como si supieras que crecer es una opción y no una obligación, y te dedicas por entero a encontrar ese lugar donde vuelvas a sentirte cómoda. Y si no lo encuentras, te lo inventas... con esa templanza que no sé de donde mierda sacas y ese corazón de algodón enorme que apenas me explico cómo puede ser que quepa en ese cuerpo enano que tienes, bicho de mi alma.
Ayer me hiciste un regalo que adoré; sobre todo, porque te imagino concentrada en el colegio modelando minuciosamente la greda; porque calculo la cantidad de veces que debiste decir contentísima en voz baja "que lindo que me está quedando esto!"; porque pienso en el cosquilleo nervioso de haber tenido que esperar y la impaciencia estoicamente oculta en tus ganas de entregármelo; porque vi cómo sonreían tus ojos (mientras a mi se me atoraba algo en la garganta) cuando decías tan clarito como el agua: "soy feliz con lo que tengo y soy feliz con lo que soy... soy feliz de que seas mi mami... ¿has tenido un lindo día?" y nadie al lado a quien decirle casi a los gritos "¡¿LA ESCUCHASTEEE?!!! mier-da!!", sin decidirme si a llorar o explotar de risa, y tu abrazo chiquitito y redondo terminó de hacer un amasijo de emociones con la bolita que sentí era mi persona en ese momento. Y es que eres tan intensa, bebé, que si sigues así no voy a llegar a vieja. Eres mi pendejita compleja y cabrona, que me desafía a ser menos compleja, menos pendeja y menos cabrona... y siempre termino por reírme al ver lo parecida que somos. Pero si hay algo por qué celebrar, es que tú seas quien eres y que yo sea contigo quien soy.
Así que, princesita de mi alma: feliz día para ambas, corazón.